lunes, 17 de octubre de 2011

Huy...¡nos ha crecido un señor en una silla!

Me encanta ir a los sitios con tiempo con el único fin de observar el comportamiento de la gente. Es algo que tenemos en común Arturo Pérez-Reverte y un servidor. Yo pensaba que la mala leche era lo único que compartíamos, pero parecer ser que no.

Esta actitud tiene sus riesgos, puesto que si vas sin prisa y estás disfrutando con la fauna (de la cual me considero uno de los peores especímenes, ojo), a veces se te olvida a lo que has ido. Supongo que a Frank de la Jungla, entre tacos y juramentos, entre mordiscos y picaduras, le sucede lo mismo. 

Mmmm...el día menos pensado me llevo la cámara y seguro que me dan un programa en Cuatro. Van a flipar.

Esto me suele pasar cuando voy a la peluquería. Por horarios de trabajo, encima, debo ir a Centros Comerciales, ya que las de barrio tienen la costumbre de llevar horarios de persona normal y cuando yo tengo tiempo, ellos ya están descansando. Después de varios intentos, sin suerte, de ir a la peluquería donde llevaba yendo toda la vida, que se llama Verona y cuya propietaria es mi ex-vecina Ana (antes me cortaba el pelo Juan Antonio, su padre), y no llegar a tiempo, me resigné a ir a franquicias en Centros Comerciales. Contra mi voluntad, ojo. 

Ya sabéis, todo muy aséptico. Llegas, te cortas, apenas cruzas un par de frases con la peluquera/o en cuestión y a tu casa. Aséptico a más no poder. 

Cuando podía ir a que me cortase el pelo mi vecina, hablábamos de cine, de música...de todo. Pero a mis nuevos peluqueros no los conozco de nada y, chico, debe ser que soy más asocial cada día, porque trato de conversar lo menos posible. Aparte, vete tú a saber...igual les molesta que les hablen mientras trabajan, como a los conductores de autobús. Y eso de cabrear a un tío que tiene unas tijeras y una navaja de barbero tan cerca de mi yugular...me da yuyu, qué quieren que les diga.

Un día fui con la familia: mi mujer y mis hijas. A la mayor había que "cortarle dos dedos", expresión que en lenguaje peluqueril significa "córtale lo que te salga de las pelotas. Vas a hacerlo igual aunque me lleve la escuadra y el cartabón para explicarte qué considero yo lo que son dos dedos..."

Así que le pregunto a la chavala que me sale a recibir si tenía hueco para atendernos a ambos. Me dice que sí, que incluso a la niña me la coge inmediatamente; que yo, sin embargo, tendría que esperar. Correcto. Qué maravilla!.

Al igual que hace la mantis hembra con el pobre mantis, que va salido perdido, la cosa se complicó al final.

Atienden a la niña y se sale con su madre y su hermana fuera a esperar. Bendita zona de niños con Pocoyó a todo trapo, que hay en el Centro Comercial. Así que yo, sin prisa, me siento a otear el horizonte, cual Félix Rodríguez de la Fuente.

Media hora. Gente que ha llegado después, le sientan y le cortan. Bueno, será que han pedido cita antes, pienso yo todo iluso. No sé cómo van estas cosas.

Tres cuartos. Sigue pasando gente. Pues vaya, sí que había citas. Un par de veces hago amago de preguntar, pero ni me miran a la cara. Ya saben, esa sensación de que ya saben que estás ahí y no quieren que el pesao de las canas les toquen las narices. Yo, que estaba observando el patio, he de decir que mucha prisa no tenía. Mientras Pocoyó no se cansase de mis hijas, todo iría bien.

Luego descubrí que no, que lo que pasaba es que me había convertido en un mueble. Metamorfosis poco práctica, pero metamorfosis a fin y al cabo.

He de decir que a los chicos les corta el pelo un peluquero. El maromo en cuestión, con más que pintas de poligonero (cresta incluida) lejos de darse prisa, se dedicaba a conversar con todo el mundo hasta que la supuesta jefa (la peluquería llena y la jefa tenía a una de las empleadas tiñéndola. Bueno, o tiñéndola o haciéndole un bizcocho en la cabeza, ya que la tenía cubierta de papel Albal), desde la silla le echa un TERRIBLE rapapolvo: "Jorge...noooohablessssstantooooo". Terrible. Mi hija pequeña, ni la habría escuchado. Ole con la jefa y su terrible genio. 

El chico, claro, tampoco le hizo ni puñetero caso.

Una hora. Las 21:30. Ahí la metamorfosis empieza a desaparecer y a convertirse en una presión alrededor de mi zona nobre. Muto de nuevo entre jarrón y persona y cuando alguien, por fin, repara en mí, la misma chica que me había dicho que tenía que esperar, me hace la siguiente consulta:

"No estará usted esperando para cortarse el pelo, ¿verdad?"

¡Oh!

Normalmente, ante una cosa de estas, se pierde la capacidad de respuesta. Te quedas tan noqueado que no aciertas a contestar nada inteligente. Sin embargo, quizá porque la hora de espera hizo que el cerebro se estuviera preparando para ese momento sin yo saberlo, creo que mi respuesta fue la mejor que podía darle:

"No. Estoy esperando que me sirváis la cena. ¿Qué iba a hacer sino en una peluquería a las nueve y media de la noche?"

Lo juro. Lo rejuro. Toma, toma y toma. Y toma. Su cara de sorpresa, ganó por dos cuerpos a la mía. Punto, set y partido.

La chica, en vez de simplemente decir que se había olvidado de mí, ¡intentaba echarme la culpa! (no sin parte de razón). Que por qué no había dicho nada, que ella pensaba que sólo venía por la niña.

"¿¿¿Y no te sorprendía que me hubiera quedado sentado dentro de la peluquería durante una hora tras terminar con la niña???".

Sin respuesta, claro. Mirada de soslayo hacia atrás.

Me di cuenta que realmente estaba tratando de quitarse la culpa ya que la jefa estaba detrás sentada. Pero claro...si encima intenta culparme, no iba a irse de rositas. La zona noble había tomado el control de las operaciones, cual Chuck Norris tras cobrarle de más en un Restaurante Chino.

Así que elevé el tono de voz para que me oyese la mandamás y le dije  "mira, te he dicho que venía a cortarme el pelo con la niña. Me has dicho que a la niña la cogías, pero que yo tenía que esperar. Si no le has dicho a tu compañero (en otra parte de la peluquería) que yo estaba esperando, por favor no me culpes encima".

La chica, afortunadamente, no me rebatió y dijo que ella misma me cortaba el pelo. Lo hizo rápido y muy bien, por cierto. Y luego, a indicación de la jefa, no me quería cobrar el corte de pelo de la niña. Pero me negué.

O sea, chata, que no parezca encima que me quejo para que me hagas un descuento...que sólo quería oír un "lo siento, no he avisado a mi compañero que estaba esperando".

Moraleja: si vas a una peluquería y ves que tus brazos se van transformando en reposabrazos...¡¡¡dad un grito!!!.

En fin. Debo de decir que volví a la peluquería otra vez y fue también para echarse a llorar, pero por motivos muy distintos. Pero esa ya será otra historia para más adelante...






























4 comentarios:

  1. jajajaja.... me parto!!!! me encanta como lo cuentas, me recuerda mi primer blog, creo que vas a conseguir que lo retome y pronto empiece a contar mas cosas por ahi... te informaré!!!

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  2. Venga Guillermo. Con la gracia de nacimiento que usted tiene, me da cien vueltas incluso contando un entierro (toquemos madera). Anímate y gracias por participar. Un abrazo.

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  3. Me encantó la primera vez que escuché esta historia...pero ahora me ha gustado mássss!!! Jajajajaja.
    Moraleja: si vas a la peluquería de LuisC, llévate un bocata de jamón y una Coca-Cola (por si acaso...)

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  4. Qué bueno primo!
    Yo no soy muy amigo de peluquerías, voy cuando empiezan a echarme cacahuetes por la calle, pero desde que descubrí una aquí debajo de casa que corta el pelo en 9 minutos (de reloj) por 9 euros he vuelto a confiar en el gremio.
    Eso si… la frase de " Y tu mozo… ¿estudias o trabajas?" no ha fallado hasta ahora ni una sola vez en los últimos dos años.

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